«Le Carré en el infierno» (Por Pilar Ruiz)


Le Carré en el infierno / Pilar Ruiz

Pilar Ruiz. Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y después escribió dos novelas: El Corazón del caimán y La danza de la serpiente (Ediciones B).

Fuente: https://ctxt.es/es/20210101/Culturas/34571/john-le-carre-cine-escritores-pilar-ruiz.htm

El novelista parecía moverse como pez en el agua en el canallesco mundo del cine, quizá porque, tras la mano del escritor, estaba el ojo del espía acostumbrado usar cualquier método para sobrevivir.

Foto: Wikipedia

Deseo, desprecio y maldición: así podríamos definir la relación de la industria audiovisual con la literatura. Y eso que para cualquier autor o autora, la adaptación de una obra salida de su caletre es casi tocar el cielo con los dedos. Pero nadie escarmienta en cabeza ajena a pesar de haber sido incontables los escritores que se han declarado traicionados por la industria del cine y sus especímenes, seres muy poco dados a la mitomanía, descreídos, convencidos de que son ellos quienes crean los mitos; algo así como ser cardenal en el Vaticano. Cogerán esas novelas y harán lo que quieran con ellas: traicionarlas, amputarlas, violarlas o venderlas por cuatro cuartos sin importar quien las firma. Truman Capote, Stephen King, Ann Rice, Roald Dahl, Alan Moore, Anthony Burgess… La lista interminable de agraviados se remonta a los inicios del cinematógrafo. En todas partes, también en España, con rifirrafes bien aireados por sus protagonistas. Y, sin embargo, los incautos siguen ignorando el precio que tendrán que pagar a cambio de una breve fama y de unos sabrosos royalties: vender su alma al diablo. Porque el infierno espera a todos los artistas de la letra que pretendan acercarse a la industria del entretenimiento y salir indemnes: hagan lo que hagan, la maldición de Barton Fink caerá sobre ellos.

En Barton Fink, su mejor película, los hermanos Coen arrastran a la locura a un dramaturgo exitoso recién llegado a la meca del cine, en una de las bajadas a los infiernos más inquietantes de los muchos que pueblan el género cine dentro del cine. Puede que a algunos les parezca una exageración kafkiana, muy propia del estilo Coen, pero lo cierto es que la pesadilla hollywoodiense del creador de historias es todo un subgénero dentro del anterior, como muestra la reciente Mank (Fincher, 2020), biopic sobre Hermann Mankiewicz, de oscuridad resacosa no solo visual –a Fincher le haría falta tener un guionista tan bueno como el homenajeado para elevar la anécdota a categoría–, en el que aparece en plan cameo William Faulkner, referente directo en la maldición de Barton Fink. El premiado con un Nobel de Literatura en 1949, siempre arruinado y alcoholizado, formaba parte de esa caterva de escritores hacinados en los establos-oficinas de los estudios cuyo santo patrón es Joe Gillis, el protagonista de Sunset Boulevard, santificado por el vitriólico Billy Wilder –otro guionista– en una piscina de Pedro Botero. Así que en 1954 el Nobel se ganaba las lentejas con un peplum de encargo para su amigo Howards Hawks: Tierra de Faraones.

“¿Cómo coño habla un faraón?”, preguntó Faulkner a Hawks. “No sé, nunca he hablado con ninguno”, contestó el director. “¿Vale si lo hago hablar como un coronel de Kentucky?”, dijo Faulkner. “Yo no sé cómo habla un coronel de Kentucky, pero he estudiado a Shakespeare. Podría hacerlo como si fuera el Rey Lear”, dijo Kurtniz, el coguionista. Hawks zanjó: “Bueno, chicos, adelante. Y yo reescribiré lo que hagáis”.

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